Hace 46 años que vivimos en el relato neoliberal, desde el reseteado macroeconómico y sociopolítico argentino del año 1976, todo fue desguace del Estado de Bienestar nacional y popular, la recuperación en octubre de 1983 de elegir por el voto de los ciudadanos los gobernantes, abrió paso a un consenso democrático neoliberal que mas allá de la retorica se mantuvo incólume, por largos periodos se profundizó y quizás solo entre los años 2002 al 2015 con la administración del peronismo K se le aplicó un freno de mano al recetario ortodoxo del famoso Consenso de Washington, mas producto de las imposibilidades de la política del ajuste permanente que dejaba la implosión del 2001 que de algún guion superador del modelo impuesto globalmente.
Por autopercibirnos como otra cosa estamos como estamos, un estado neocolonial que tributamos vasallaje al imperio de las corporaciones trasnacionales que administran los Fondos Financieros Internacionales y disciplinados con la OTAN.
Desde su unción como candidato pensé que el gobierno de Alberto Fernández era la administración del massismo realmente existente, ahora con esta tercera delegación del peronismo de Cristina en Sergio Massa en persona, veremos si puede prosperar que el massismo finalmente encauce el verdadero peronismo que siempre esta por venir...
Funcionara? se pregunta e intenta responder en interesante nota Federico Zapata:
La llegada de Sergio Massa al gabinete nacional está destinada a generar un “efecto halo”: sobre la base de una serie de características personales, principalmente su audacia y pragmatismo, el momento político parece inferir que el ascenso del jedi criollo bastará para devolverle el equilibrio a la galaxia del Frente de Todos. Y no sólo un equilibrio. Un equilibrio con un norte. ¿Funcionará?
Sin menospreciar el rol que los liderazgos tienen en la hechura de la historia, quisiera reflexionar sobre la dinámica estructural en donde se inserta el “superministro”. Efectivamente, el calificativo con el que se bautizó el arribo de Massa al gobierno nacional habla más de las tareas extraordinarias que se le asignarán que del rediseño conceptual y político que el Frente de Todos debería transitar para acompañar su desembarco.
Al respecto, la coalición oficialista se ha caracterizado por tres dinámicas estructurales que moldearon la experiencia gubernamental en sus distintas fases: loteo de poder, de relato y de la maquinaria gubernamental. Massa debería resolver los efectos nocivos de este triple loteo si pretende que sus cualidades personales no choquen con el Muro de la “Invernalia” frentetodista.
Analicemos entonces las dinámicas estructurales que el ex jefe de gabinete deberá, en el peor de los casos, navegar o surfear (sin naufragar), y en el mejor de los casos, transformar.
Empecemos por el loteo del poder. La coalición funciona desde el momento cero dividiendo el poder y la autoridad política. El Frente de Todos es una suma de debilidades, razón por la cual, todos los protagonistas de la saga pujan por evitar, que las ganancias relativas de alguno de sus miembros se transformen en una ventaja permanente y diferencial. Para que todos sigan teniendo acciones en este juego coalicional sub-óptimo, es necesario evitar un superpoder.
Paradoja del destino. El kirchnerismo, que nació en 2003 como un proceso virtuoso de concentración de poder y reconstrucción de la autoridad política perdida en el big bang del 2001, ha devenido, en esta versión vernácula, en su némesis: un disgregador de poder y deconstructor serial de la autoridad política del sillón de Rivadavia. En otros términos, si a Massa la va bien, se lo cuestionará precisamente porque le va bien.
La segunda dinámica estructural es el loteo del relato. El cuarto kirchnerismo se encuentra atravesado por una crisis de su marco teórico-narrativo, que se traduce en micro disputas de agendas en la arena gubernamental y mediática. La ausencia de un relato común sobre el futuro ha subsumido a la coalición en una especie de pelea por el pasado, un neo-revisionismo histórico intra-partidario. Hay que alambrar el presente y el futuro en el pasado.
Esa cancelación de la función prospectiva de la política genera una polarización interna en torno a dos momentos históricos del “mito kirchnerista”: la precuela (2003-2008) y la saga principal (2008-2015). Como la fantosmia que popularizó la pandemia, la coalición atraviesa los desafíos del presente creyendo oler fragancias del pasado. Cada obstáculo, es una oportunidad para saldar el pasado, o a lo sumo, para repetirlo. Como en Dark, la serie alemana, el Frente de Todos se encuentra atrapado en el tiempo.
La tercera dinámica estructural es el loteo de la arena gubernamental, que ha operado desde el minuto uno, complejizando la capacidad del Estado para intervenir y gerenciar la realidad. La crisis de septiembre de 2021, a raíz de la derrota nacional del Frente de Todos en las PASO, escaló esta disfuncionalidad a un nuevo peldaño. Es decir, hasta septiembre, el gobierno funcionaba loteado, entrópicamente, pero funcionaba. A partir de la crisis de septiembre, a la entropía se la fagocitó la ruptura total del espíritu de cuerpo y de la cadena de mandos. La falta de cuidado y la frialdad de la dirección colegiada que encarnaban en ese momento los Fernández (Alberto y Cristina) en relación con los funcionarios de primera, segunda, tercera y cuarta línea, dinamitó los incentivos indispensables para amalgamar cualquier empresa colectiva.
Si el cuestionamiento a las tareas que cumplen los funcionarios es el producto de un no-alineamiento con una facción determinada (el cristinismo) más que el resultado de una performance, y el supuesto “conductor” de la otra facción (Alberto Fernández) negocia la supervivencia de la coalición a costa de sus funcionarios, el incentivo organizacional es, parafraseando la epístola de CFK, no funcionar. Basta con pasar de ser percibido (parálisis institucional) o planificar el día después (fuga de la responsabilidad).
En este marco y en este sentido, el proceso de reconversión de Sergio Massa en un Giulio Andreotti requerirá mucho más que sus cualidades personales. Exigirá de un equipo con envergadura técnico-gubernamental (no solo tecnócratas), de un programa exitoso de estabilización de corto plazo y, sobre todo, de una acción sostenida de desarticulación de la disfuncional dinámica estructural del Frente de Todos. El Cavallo del 1991 es el mismo Cavallo del 2001, pero operando en un dispositivo político absolutamente diferente.
La tarea no es fácil, entre otras cosas, porque el sistema de triple loteo es difícil de manipular y/o de reconvertir, y porque el diseño institucional argentino, es presidencialista. En este sentido, el presidente sigue siendo Alberto Fernández, no el superministro. Argentina se parece bastante poco a la Dinamarca de Borgen y requiere siempre del sillón en el que se sentaron desde Roca a Yrigoyen, desde Perón a Menem, desde Néstor Kirchner a CFK. Un pueblo y un diseño institucional en cuyo preámbulo reza la frase de Martín Fierro: “Tiene el gaucho que aguantar hasta que lo trague el hoyo, o hasta que venga algún criollo en esta tierra a mandar.”
Y es en este punto donde emerge un problema central, que se ha ido solidificando al calor de esta “Guerra de los Roses”: la crisis de reputación. ¿A quién debería escuchar y en quién debería creer la sociedad y el poder económico? ¿Quién manda en el peronismo? ¿Quién dirige la administración pública? ¿Quién es la voz autorizada en el plano externo? ¿Con quién negocian empresarios y trabajadores? Estas preguntas, que deberían estar asociadas a respuestas más o menos unívocas remiten, sin embargo, a una especie de crisis de subjetividad cuasi-hobbesiana.
La reputación, a diferencia de la imagen, no se modifica en el corto plazo y resulta crítica para poder enfrentar crisis como las que atraviesa el país. Si la primera fase del Frente de Todos (desde la pandemia a la elección de septiembre) puso en crisis la reputación de la figura presidencial, la segunda etapa del experimento (entre las epístolas de CFK y la renuncia de Martín Guzmán) puso en crisis la reputación colectiva de todo el edificio. A desgano, habiendo fracasado Manzur y los “profesionales”, Scioli y Batakis, el presidente y la vicepresidente se han visto obligados a empoderar a Massa. ¿El último disyuntor?
Visto desde este ángulo, Massa tendrá, en el corto plazo y de lograr estabilizar la economía, la ventaja de ecualizar con la agenda de época de una sociedad cansada de vivir de crisis en crisis, pero a costo de tensionar la agenda interna del polo de poder cristinista. Un poco el juego inverso al que está sujeta la figura de CFK: galvanizar el frente interno al son de su yihad, pero a costa de tensionar la relación con la sociedad y la resolución de los problemas principales del país. ¿Cómo encastrará este juego precario de equilibrio de poder, en el marco de una presidencia débil y asediada, pero presidencia al fin? Estamos ingresando a la tercera etapa del Frente de Todos.
Nota publicada en Panamá revista.