¿Qué hay de nuevo en la extrema derecha?
Por María Esperanza Casullo
La derecha youtuber encarnada por Javier Milei es presentada como un fenómeno novedoso. Pero sus principales rasgos –neoliberalismo extremo, desfachatez mediática...– ya estaban presentes en otras experiencias del pasado. ¿Por qué cada vez que surge una fuerza de derecha la narrativa dominante la interpreta como algo radicalmente nuevo?
Imaginen Buenos Aires, Argentina, en un año sin determinar. Hace poco ha concluido un gobierno que implementó una serie de políticas orientadas a reducir la regulación de la economía, atraer inversión externa, disminuir el costo salarial y a reducir el empleo estatal. Su política económica, con un tinte fuertemente tecnocrático, estuvo a cargo de economistas con títulos de posgrado obtenidos en las más prestigiosas universidades de Estados Unidos o con carreras en las finanzas internacionales. El núcleo directivo del gobierno tenía lazos con las familias notables de Argentina; varios ministros y funcionarios de alto rango ostentaban apellidos patricios. En un primer momento, los capitales fluyeron hacia el país y generaron ingentes oportunidades de negocios financieros. Sin embargo, el programa económico falló: el gobierno no pudo controlar la inflación, y los dólares se fueron tan súbitamente como habían entrado. Al poco tiempo asume un nuevo gobierno, con un discurso de inclusión y de moderada redistribución. Por diversos motivos, sin embargo, el nuevo gobierno no logra cumplir del todo sus promesas de reparación económica.
En este contexto aparece una fuerza nueva, que se reivindica como orgullosamente liberal. En ella convergen algunos representantes históricos del liberalismo argentino con nuevas figuras que usan un lenguaje llano y se manejan con comodidad en los escenarios televisivos. Explican el fracaso del gobierno anterior (que se presentaba como liberal y al cual apoyaron mientras duró) por su naturaleza gradualista y tibia. Sin tapujos, sostienen la necesidad de avanzar con reformas de fondo y privatizar todos los servicios estatales, incluidos la salud y la educación. Sus figuras, jóvenes y desestructuradas, son fotografiadas en las tapas de las revistas y causan un módico escándalo por usar malas palabras en programas de alto rating. Se presentan como una derecha plebeya, no aristocrática. Combinan esa modernidad de imagen con un discurso que sostiene los roles tradicionales de género; una candidata afirma: “En mi casa manda mi marido”.
Tienen llegada a la juventud: ganan el centro de estudiantes de una importante facultad y llenan el Luna Park. En su momento apoteósico, revientan el estadio de River en un acto multitudinario y obtienen el 10% de los votos y la tercera posición en la Ciudad de Buenos Aires. Poco después, su máximo referente pide que el Congreso dicte “una ley declarando que las Fuerzas Armadas libraron en la década de 1970 a 1980 una guerra antisubversiva por mandato de dos presidentes constitucionales, y que el triunfo en esa guerra hizo posible que la ciudadanía restaurara las instituciones democráticas”.
Los hechos que se relatan sucedieron hace varias décadas. El gobierno neoliberal fracasado es el de la dictadura militar; el que intentó un redistribucionismo moderado, el alfonsinista. La fuerza política novedosa en ese momento era la UCEDE. La candidata que salía en las tapas de la revista Gente era Adelina D’Alessio de Viola, que se hizo famosa por exclamar “Socialismo, las pelotas” en el programa de Susana Giménez. De esa época quedaron títulos como “La Fuerza de Adelina” (revista Redacción) o “Soy la negra de la UCEDE” (revista Gente). En aquel momento, el gran historiador Carlos Altamirano publicó el artículo “¿Realmente, hay una nueva derecha en Argentina?” (1).
Si se adelantan 30 años en el tiempo, la situación tiene muchos puntos de contacto. En el momento de desencanto, luego de un gobierno de derecha que fracasó económicamente, y en un momento de frustración económica, surge otra fuerza de derecha liberal, cuya figura más visible es Javier Milei, que capitaliza el desencanto con las dos opciones mayoritarias en un contexto de pandemia y crisis económica. Sus referentes combinan desfachatez mediática con supuesta tecnocracia economicista. Acusan a la experiencia de derecha anterior de tibia, gradualista y “buenista”. Prometen reformas de cuajo y cirugía mayor. Se jactan de convocar a la juventud, a la cual efectivamente reúnen en el espacio público. Sus dirigentes son varones, pero tienen un puñado de mujeres jóvenes que reivindican el antifeminismo. Las encuestas les otorgan alrededor de 10% de intención de voto en la Ciudad de Buenos Aires, su centro de influencia.
Los párrafos precedentes intentaron mostrar los parecidos y las continuidades entre dos apariciones de derecha que fueron leídas como “nuevas” en sus respectivos momentos. Por supuesto, para ello se exageraron las similitudes y se forzaron los paralelos históricos. Cambiemos llegó al poder en 2015 mediante un proceso totalmente democrático y también fue así derrotado; el Frente de Todos expresa una coalición que nace de una experiencia de doce años de gobierno, con la solidez que da recostarse en el peronismo en el Congreso y las provincias. Hay diferencias notorias entre la UCEDE de los 80 y la derecha youtuber estilo Milei. El objetivo de la comparación no es discernir qué hay de nuevo o de viejo en esta derecha, sino preguntarse por qué las interpretaciones actuales se enfocan en las novedades y desestiman las continuidades.
El programa liberal es siempre nuevo…
Hace ya dos décadas, en un seminario de investigación universitario en el cual se discutían algunos textos sobre el desarrollo histórico de las organizaciones de la sociedad civil en Argentina, un reconocido historiador dijo que había dos maneras básicas de aproximarse a la investigación histórica: la primera consistía en encontrar las rupturas, las innovaciones, el surgimiento de “lo nuevo”; la segunda, localizar las continuidades, las cosas que se transforman pero no desaparecen, los rastros del pasado en los sucesivos presentes. El desafío, por supuesto, es que en todo evento histórico de importancia se combinan ambas cosas: lo nuevo y lo viejo, entrelazados. Por ejemplo, se pueden leer las revoluciones burguesas del siglo XVIII como la aparición de algo radicalmente nuevo en la historia humana, o se puede echar luz sobre el modo en que los revolucionarios hicieron uso de las instituciones del propio sistema feudal y el Estado absolutista. Se puede apreciar el rupturismo de la Revolución de Mayo o señalar que sus protagonistas estaban imbuidos de un “republicanismo de la plaza” de larga tradición en la cultura política española. (Los historiadores verdaderamente grandes, como Tulio Halperin Donghi, son capaces de ver ambas cosas al mismo tiempo). Entonces, contrastar lo nuevo y lo viejo, sopesar lo uno contra lo otro, dependerá menos del hecho en sí que de las narrativas que se le impongan.
Esta nota no se enfocará en “el fenómeno de la derecha”, sino en algunas lecturas predominantes de ese fenómeno. Como diría Eliseo Verón, la cuestión a tratar no serán tanto sus condiciones de producción, sino sus condiciones de reconocimiento. Y en este sentido, entender por qué tres momentos de ascenso de una “nueva derecha” (la UCEDE en los 80, el macrismo entre 2011 y 2015 y la derecha youtuber hoy) han sido leídos de manera similar.
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