jueves, 31 de enero de 2008

¿Recesión? A quién le importa

Algo de lo que pasa con la economia en Roma, para saber como viene la mano en el Primer Mundo y lo que nos depara a los que habitamos el sur del planeta, una vision desde otro lugar que no es la de los medios masivos de comunicacion. Saludos Cordiales. FFB.


¿Recesión? A quién le importa
The Nation, 10 enero 2008
Barbara Ehrenreich

Los adivinos han matado ya el buey y andan examinando sus viscosas entrañas en busca de signos que puedan revelar alguna pista: altos y crecientes índices de desempleo, un dólar en caída constante, bajos niveles de consumo, la crisis del crédito, un mercado de valores que desfallece... ¿Podría hallarse aquí la simiente de algo realmente preocupante? –se preguntan los agoreros. ¿Podríamos estar aproximándonos –¡Dios no lo quiera!, añaden- a una recesión? En realidad, la única respuesta apropiada a estas preguntas es ésta: ¿a quién le importa? Según una encuesta de la CNN, el 57 % de los estadounidenses creíamos ya estar sumidos en la recesión hace un mes. Los economistas objetan que este dato es sólo el resultado de la ignorancia, por parte del público, de la definición técnica –o por lo menos la convencional en los periódicos- de “recesión”, definición que especifica que ésta se da cuando ha habido por lo menos dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo del PIB. Sin embargo –arguyen los economistas-, la mayor parte de la gente utiliza la definición coloquial de “recesión”, que es la que pasa por asociarla, simplemente, al hecho de estar atravesando “malos tiempos”. Por lo tanto –concluyen los economistas-, si tales “malos tiempos” afectan ya a la mayoría de los estadounidenses, entonces la palabra “recesión” no parece demasiado esclarecedora. Lo cierto es que la extraña fijación de los economistas con el crecimiento como medida del bienestar económico los aísla en un universo paralelo. La pagina web “WorldMoneyWatch” nos dice, por ejemplo, que “el crecimiento del PIB es el indicador más importante de la salud económica: si el PIB crece, también lo harán las empresas, el empleo y los ingresos individuales”. A su vez, el último número del US News and World Report asegura que “la clave […] para Estados Unidos es lograr cuanto antes unas tasas de crecimiento económico tan altas como sea posible, y hacerlo sin permitir que por ello se desate la inflación”. ¿Hay alguien ahí? Conviene recordar que, tal como al Presidente le gusta siempre recordarnos, durante los últimos años hemos tenido un crecimiento realmente elevado, pero ello no se ha traducido en los prometidos incrementos de los ingresos individuales, lo que ha afectado también, y de forma evidente, a las clases medias. El crecimiento –reconocen perplejos algunos economistas- se ha visto desemparejado de la prosperidad de las masas. De hecho, el crecimiento no es el único indicador económico que nos ha fallado últimamente. En los últimos cinco años, la creciente productividad de los Estados Unidos ha sido la envidia de muchos países. Pero al mismo tiempo, los salarios reales han ido disminuyendo. Nótese que esto no es lo que se supone que debería pasar. Los economistas han creído durante mucho tiempo que, en un escenario marcado por un incremento de la productividad causado por un aumento previo de la eficiencia del factor trabajo, algún tipo de mecanismo oculto intervendría y ajustaría los salarios al alza. ¿Y que hay de la tasa de desempleo? El viejo credo liberal establece que el “pleno empleo” ofrecerá a los trabajadores un auténtico paraíso en el que obtendrán salarios altos y un poder de negociación realmente significativo en tanto que ciudadanos de a pie. Sin embargo, durante varios años hemos estado rozando el pleno empleo –o, por lo menos, hemos tenido unas tasas de desempleo inferiores al 5 %- y, de nuevo, las ganancias predichas han brillado por su ausencia. Quizás los viejos liberales no contaron con la posibilidad, convertida hoy en realidad cotidiana, de un salario mínimo por los suelos, de unos sindicatos reducidos al papel de espectadores impotentes del funcionamiento de la economía y de la brujería contenida en esos curiosos brebajes llamados “estrategias de gestión de las empresas”, que pasan siempre por mantener los salarios tan bajos como sea posible. Parece razonable pensar, pues, que si esos indicadores económicos tan grandes como solemnemente pronunciados –“crecimiento”, “productividad”, “tasa de empleo”- se hallan desemparejados de la experiencia cotidiana de la mayoría de las personas, algo no está funcionando correctamente en los esquemas de los economistas. Y la pista que nos ha de permitir deshacer la madeja se encuentra en la palabra “mayoría”. Estados Unidos se ha convertido en un país que alberga unas desigualdades tan pronunciadas que han propiciado la emergencia de dos economías distintas: una para los ricos y otra para el resto –la “mayoría”. Y es la segunda, la “economía de la mayoría”, la que entró en una recesión, si no cayó ya en una verdadera depresión, hace mucho tiempo. Huelga decir que no todos los economistas se muestran dispuestos a reconocer este hecho. Sospecho que el fabuloso crecimiento de la productividad que ha vivido Estados Unidos nos permitirá también ilustrar el formidable divorcio entre las grandes magnitudes económicas y la experiencia cotidiana de las personas. Los crecimientos de la productividad han sido atribuidos normalmente a una mejor formación de los trabajadores y a los avances tecnológicos, lo que estaría bien poder creer. Sin embargo, sorprende que aparezcan estudios como uno realizado por McKinsey en 2001 que atribuía el incremento de la productividad en Estados Unidos a “innovaciones tecnológicas” y que, acto seguido, citaba a Wal-Mart como el actor modélico, esto es, que ensalzaba formas de organización de la producción diabólicas que lo que hacen es extraer cada vez más trabajo a cambio de salarios que se sitúan a ras de suelo. ¡Sí, claro! A nadie escapa que pueden obtenerse niveles superiores de producto por hora de trabajo empleado acelerando las líneas de montaje, doblando las cargas de trabajo, recortando los descansos y, si es preciso, falsificando los registros del tiempo de trabajo realizado. Puede que vista desde arriba, desde la panorámica que ofrecen las macromagnitudes económicas, la evolución de la productividad pinte francamente bien; sin embargo, bien de cerca, desde una óptica de nivel medio o, sencillamente, desde abajo, los cursos que sigue la productividad pueden sentirse como un verdadero martirio. Y es precisamente en el momento en que los trabajadores han sido profusamente exprimidos cuando aparece la posibilidad de una recesión genuina, de una recesión que se ajuste a lo que sobre ella se estipula en su definición técnica, vista más arriba. En efecto, en tales circunstancias la gente compra menos y el crecimiento se estanca hasta el punto de que hasta la clase económica de arriba, la más favorecida, tiene que sentarse y tomar buena nota. De hecho, esto mismo es lo que está sucediendo hoy en Japón. Tal como podíamos leer recientemente en el Wall Street Journal, “la dependencia del crecimiento japonés con respecto al trabajo temporal frena la reactivación económica del país: las compañías contratan cada vez más trabajadores a jornada partida, lo que conlleva un retroceso del poder de compra”. Una extrapolación del análisis del caso japonés al de Estados Unidos, donde el consumo equivale al 70 % de la economía –en Japón se sitúa alrededor del 50%- invita a pensar que la economía norteamericana tiene visos de resentirse todavía más de una caída de los niveles de consumo como la que está experimentando. Así las cosas, ¿de dónde procede esa fijación de los economistas con el crecimiento? Repárese en el hecho de que, como regla general de supervivencia biológica, conviene deshacerse de cualquier criatura o entidad cuya existencia dependa de su propio crecimiento –de no hacerlo, siempre existirá el riesgo de que se le coma a uno vivo. En esta misma dirección, argumenta Bill McKibben en su libro Deep Economy que el “culto al crecimiento” ha conducido al calentamiento global, a horrorosos niveles de contaminación y a una drástica reducción de los recursos naturales. Es sabido que, de no ser tratados convenientemente, los tumores pueden crecer y no detenerse hasta acabar con su huésped; del mismo modo, las economías deberían ser sostenibles: permitir que no lo sean puede acarrear fatales consecuencias para las sociedades en que aparecen y se desarrollan. Apocalipsis al margen, el caso es que el mantra del crecimiento nos ha tenido engañados durante demasiado tiempo. Se nos decía lo siguiente: ¡no se preocupen por el tamaño relativo de la porción que les corresponda y concéntrense en hacer crecer el pastel! Pero ahora, con una recesión que amenaza con infringir mayores sufrimientos a quienes están ya luchando por su supervivencia, puede que haya llegado la hora de afilar de nuevo el cuchillo y repartir el pastel de otro modo. Es una lástima que el único candidato demócrata que promete hacerlo parezca estar contra las cuerdas. Barbara Ehrenreich es una periodista norteamericana que goza de gran reputación como investigadora de las clases sociales en EEUU. Esta actividad investigadora le ha ocupado toda su vida desde que se infiltró disfrazada de sí misma en la clase obrera que recibe salarios de miseria en su ya clásico Nickel and Dimed [Por cuatro chavos], un informe exhaustivo de las enormes dificultades por las que pasan muchos estadounidenses que tienen que trabajar muy duro para salir adelante. Luego, años más tarde, repitió la operación centrándose en la clase media, pero esta vez, para su sorpresa, no acabó trabajando de incógnito entre trabajadores, sino que básicamente tuvo que tratar con desempleados sumidos en la desesperación de haberse visto apeados del mundo empresarial. El resultado de esta reciente incursión es otro libro, más reciente, Bait and Switch. The (Futile) Pursuit of the American Dream. [Gato por liebre. La (fútil) búsqueda del sueño americano]. Actualmente dedica mucho tiempo a viajar por todo el país con el propósito de contar sus experiencias a distintos públicos que comparten sus mismas vivencias. Escribe a menudo en su blog (http://Ehrenreich.blogs.com/barbaras_blog/), está muy implicada en poner en marcha una nueva organización dedicada a articular a los desempleados de clase media.
Traducción para www.sinpermiso.info: Sandra González y David Casassas

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