¿Intentamos otro camino?
¿Se pueden resolver los problemas del campo sin cambiar las condiciones que lo generaron? "Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo." Albert Einstein.
Los hábitos sociales, no las declaraciones, son la verdadera moral social.
Por Carlos Leyba
Con el campo, ¿dónde estamos? Gran parte de lo que exporta la Argentina procede de la tierra. Y también gran parte de lo que los argentinos consumimos. Obviedad que manifiesta dos características de nuestro subdesarrollo y regresión. O nuestra incapacidad para transformar las estructuras de producción y distribución.
La transformación necesaria sería lograr exportar básicamente industria, que es esencialmente historia; y también incrementar industria y servicios en el patrón de consumo, como los países desarrollados.
Subdesarrollo. Los que exportan naturaleza -en general- tienen menos avances en los niveles colectivos de vida y su distribución de ingresos es más regresiva.
Regresión. Supimos tener inteligencia aplicada que nos puso en el primer nivel de industrialización y tecnología en América Latina. Esos liderazgos los hemos perdido y hemos extraviado el camino de una estructura distributiva, derivada la estructura perdida de producción, que tendía a transformar el patrón de consumo. No sólo esas pérdidas: capitales de América Latina poseen pedazos relevantes de nuestro aparato productivo.
Incapacidad. Los problemas del campo que debatimos son viejos. El origen de la versión actual lo podemos situar en el golpe de Estado esotérico de José López Rega, Celestino Rodrigo y Ricardo Mansueto Zinn, que inició la demolición del modelo de desarrollo económico y social que había logrado aquellos avances.
Recordaremos la concertación rural en el tercer gobierno de Juan Perón. La finalización de la obra de demolición le correspondió a la dictadura militar.
Problemas que no son de ahora. No se hicieron viejos por este desgraciado año, arrebatado en una disputa sin sentido. Son viejos porque tienen la edad de la incapacidad de transformación.
Es que fuimos, respecto de Latinoamérica, más industrializados y modernos tecnológicamente de lo que hoy somos.
Las consecuencias del desparramo de hace 35 años (Estela Martínez, militares, Carlos Menem, Domingo Cavallo) y la incapacidad de revertirlo -si es que hubiera habido la voluntad de hacerlo (todos los que se sucedieron y no son los mencionados)-, no son solamente estas cosas "del campo" que hoy ocupan la primera plana.
Dramática es la consecuencia de que, en estos 35 años, el número de personas pobres ha crecido a la tasa acumulativa del seis por ciento anual. Mientras que el PBI lo ha hecho a la tasa del dos por ciento. Incapacidad e impotencia. De eso se trata.
¿Si esos números fueran, por ejemplo, los inversos: dos por ciento el número de pobres y seis por ciento el producto? Tampoco sería un logro. El número de pobres no debe crecer. Y, si lo hace, debería hacerlo a una tasa menor a la de la población, que orilla el 1,4.
Volvamos al principio. Esa doble condición, exportadora y alimentaria, de nuestra tierra sin transformación genera una dependencia en la balanza comercial y en las condiciones de vida cotidianas de la inmensa mayoría.
Esa doble dependencia tiene la virtud de marcar el camino que debe recorrer toda acción liberadora.
Las condiciones de vida se liberan de esa dependencia cuando salarios y distribución -aquéllos con fundamento en la productividad y ésta con fundamento en un sistema de acumulación y financiamiento que la haga sustentable- sean tales que los productos de la tierra puedan recibir -sin generar conflicto interno- los beneficios que brindan las épocas de holgura internacional y climática; y el sostén necesario para la producción en la sequía internacional y climática.
Afirmación categórica y núcleo de este apunte: y se liberará la dependencia de la balanza comercial cuando la industria ocupe el lugar predominante en nuestro comercio exterior. En ese caso, salario y distribución "de país industrial" serán la lógica consecuencia de una economía industrial exportadora.
La cuestión rural pasa, entre otras cosas, porque la estructura productiva -por lo dicho- es esencialmente conflictiva. Requiere intervención. Pero una cirugía no es exitosa si liquida al enfermo.
Un proyecto nacional, social y regionalmente integrador ha de tender a esa transformación ocupando el territorio vacío.
A esta altura, el lector se preguntará: ¿y las cuestiones del campo hoy?
Diré: "estos barros vienen de aquellas lluvias". Y quien se encaja en un pantano sólo sale si lo tiran desde afuera.
No es posible debatir con seriedad la cuestión del campo, como ningún tema sectorial o regional, si no es en el marco de un proyecto nacional, es decir, de una idea clara -consensuada- sobre la dirección de la nación, sus sectores y regiones.
Vivir de emergencia en emergencia sólo garantiza que pase lo que luego nadie desea que haya pasado.
¿No estamos necesitando un serio planteo acerca, por ejemplo, de la ganadería vacuna?
Hace 35 años, en promedio, por cada habitante teníamos 2,15 vacunos. Hoy, tenemos más o menos la mitad. La ganadería está en estancamiento absoluto (el stock desciende) y franca decadencia relativa (el stock por habitante se desploma). Hace 35 años -con el doble de stock por habitante- consumíamos 73 kilos de carne vacuna por cabeza y, hoy, 68. ¿Hasta cuándo?
Hace 35 años, la siembra de soja ocupaba 377 mil hectáreas. En 2002, 11,6 millones de hectáreas. La campaña 2007/2008 sembró 16,6 millones de hectáreas. La expansión sojera, entre 1974 y 2002, fue de 400 mil hectáreas por año. En los últimos cinco, se duplicó el ritmo: un millón de hectáreas por año.
Pocos números grandes para preguntarnos si son la consecuencia de la política deseada y de la pertinencia y calidad de los instrumentos. O son la consecuencia de no tener rumbo. Las responsabilidades no son sólo de hoy. Repito: "estos barros vienen de aquellas lluvias". Sí. Pero del pantano se sale tirando de afuera.
Claro, siempre y cuando nos demos cuenta de que estamos en un pantano. La peor desgracia es no darse cuenta: nos traga.
La larga liquidación del stock ganadero por habitante, para muchos, es un pantano. No se sale por "el mercado". No se sale por el mercado sin generar una crisis mayor. Cuando el mercado ordena, lo hace así: cuando falta, sube para que haya después; y, cuando sobra, baja y eso implica que después falta, y así. Repechajes y resbalones que pueden ser fatales para la economía de bolsillo.
También es pantano la larga y creciente dependencia de la soja. Un cuarto de las exportaciones de la Argentina fueron, en 2007, soja y derivados de la soja. ¿Qué lo reemplazaría de inmediato?
No hay soluciones de a una. No es sólo una cuestión sectorial.
Debilidades. En enero de 2009, respecto de 2008, las exportaciones cayeron 36 por ciento. Las de productos primarios 56 por ciento, reducción de 40 por ciento por cantidades y 27 por ciento por precios.
Cuesta imaginar que ayer esos productos primarios y sus manufacturas, y el resto de las commodities, nos brindaban, como nunca, caja en dólares y caja fiscal. Gemelos K.
Debilidades. La generosa caja en dólares posibilitó la salida de muchos dólares en 2008. Muchos se fueron antes. Sin restar lo que entró, lo que partió monta 38 mil millones de dólares. Equivale a todo el sistema financiero local.
El boom de la soja, en definitiva, ¿se filtró a través de la fuga? O, ¿qué hicimos para que ese incremento descomunal del área sembrada de soja -con todo lo que implica- no se convirtiera en crédito, en inversión transformadora, que nos liberara de la dependencia que ahora, por crisis de afuera y por crisis de adentro, se hace sentir tan fuerte? O, acaso, lo que salió bruto en 2008, ¿no es igual al total del financiamiento del sistema al sector privado?
Ésta es una manera de medir lo que hemos dejado hacer y que, seguramente, no hemos querido que ocurriera. Ahí estamos.
Pero, finalmente, llegó el diálogo.
¿Dejamos de hacer lo mismo? No llegó el diálogo para definir. Ése sólo es posible con Néstor Kirchner y Cristina. Entonces, no del todo. Diálogo periférico. Pero con un profesional, Carlos Cheppi, que sabe de qué se trata. Así, lo de rutina se ha convertido en un avance.
Es posible que, más tardía y lentamente que lo necesario, desde el Gobierno -y, si no, ¿desde dónde?- comience a diseñarse -más allá de las ayudas, las compensaciones, los estímulos ad hoc que anuncian- un debate, empezando, por ejemplo, por proponer la producción necesaria de cada sector rural de aquí a diez años.
O que el Gobierno redescubra o invente instrumentos de una política agropecuaria de avanzada para un país, exportador de industria, que se decide a ocupar el territorio y a equilibrarse demográficamente.
¿Cómo? Le recuerdo. Hace 35 años regía el Acta de Compromiso del Estado y los Productores para una Política Concertada de Expansión Agropecuaria y Forestal: concertaron más de cien asociaciones de productores rurales. Desde la Sociedad Rural Argentina y la Federación Agraria Argentina o desde la Unión de Tamberos de la República Argentina y la Asociación de Plantadores Forestales de Misiones. Fijaron metas para la expansión, criterios de planificación concertada, política impositiva, crediticia, desarrollo social, etcétera.
No nos será posible encontrar, en el exterior, un ejemplo mejor.
El artífice fue Juan Perón, el líder del peronismo: no hizo lo mismo de antes, porque buscaba algo distinto en el marco de un plan integral.
No es mala idea visitar las realizaciones de Juan Perón y rendirle el homenaje de escuchar sus programas y ensayar sus ideas.
¿Y si intentamos otro camino?
Publicado revista Debate del 27/02/09
2 comentarios:
Muy buen artículo.
Hay miradas de Leyba que no comparto, pero sus análisis suelen ser irreprochables y suele decir cosas que otros no.
Si me das permiso, te lo afano ;)
Saludos.
Por supuesto Anahi!Es para compartir y segir reflexionando.
Saludos Cordiales.
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