LAS EXIGENCIAS DEL CAMPO
Por todo
Presiones corporativas, paradojas de la crisis y la ausencia de un establishment
Por Luis Tonelli
El campo va por todo. Quiere la eliminación lisa y llana de las retenciones a la soja. Lo que significa, en realidad, un intento de dar jaque mate al modelo económico que ha permitido a la Argentina crecer ininterrumpidamente desde el 2002. Y, además, que el país tenga las variables fundamentales de la economía mucho más sólidas que todos los demás países de la región, salvo el caso quizás de Chile, aunque la CIA diga todo lo contrario, "equivocándose" otra vez como con el caso de las armas de destrucción masiva en Irak nunca encontradas.
Esta vez no se trata de juegos retóricos y de análisis académicos como los desarrollados durante el conflicto por la 125, que hablaban de un "clima destituyente" cuando el Gobierno todavía estaba muy fuerte en las encuestas y reinaba un optimismo irracional sobre la continuidad del crecimiento global y el del precio de las commodities. La cuestión es, hoy, mucho más grave. La eliminación de las retenciones a la soja también pondría fin al tipo de cambio alto y, con él, se daría el desplome inmediato y total de la economía argentina.
Las entidades agrarias ponen a la sequía y a la caída de los precios internacionales como los factores críticos que demandan el fin de las retenciones. Pero la sequía sólo ha afectado a áreas marginales en el cultivo de la soja, y los precios han caído pero al nivel del 2007, cuando ya las retenciones presentaban las actuales alícuotas.
Las entidades hablan del tremendo momento que pasa el sector e, indudablemente, hay productores pequeños y medianos que lo han perdido todo. Pero no es el caso de los grandes productores, y prueba de esto es el enorme acopio de cereales realizado, maniobra que les ha producido una pérdida económica enorme al no aprovechar en su momento, y por razones políticas, los extraordinarios precios internacionales.
Lo que pareció el comienzo de una negociación racional con el Gobierno fue, en realidad, un gesto forzado de la dirigencia agraria, arrancado por la toma de una sucursal bancaria entrerriana, encabezada por Alfredo De Angeli, horas antes del encuentro de las entidades con la ministra de la producción Débora Giorgi.
Al día siguiente de la negociación, el miércoles 25, la dirigencia agropecuaria retornó a su discurso de máxima, ninguneando todas las mejoras introducidas por el Gobierno. Ya no se pide por un plan integral hacia el campo. Ahora todo pasa por eliminar las retenciones a la soja.
La jugada del campo busca poner fin al modelo equilibrado vigente desde 2002. Equilibrado no precisamente por el estilo político confrontativo del kirchnerismo, pero sí porque aunque el tipo de cambio alto favorece netamente al sector exportador, parte de ese excedente es redistribuido mediante los ingresos provenientes de las retenciones. Es cierto que se trata de un impuesto distorsivo de la lógica del mercado: es distorsivo a favor del empleo, a favor de la industria nacional, a favor de la reducción de la pobreza.
Y, por supuesto, estas características del modelo no obturan una discusión sobre cómo se gasta ese excedente, sobre cómo poner control a la corrupción, sobre cómo evitar su utilización política. Allí la oposición había encontrado sus mejores argumentos.
Pero no. Con el apoyo brindado a los ruralistas en el Congreso, después de la "amable" reunión con el Gobierno, ha preferido subirse al carro de una demanda sectorial poderosa, con una popularidad mediática que no se relaciona con el efecto que las políticas que promueven tendrían, de aplicarse, sobre los sectores bajos y medios de la sociedad argentina.
Ciertamente, la mayoría de los opositores hablaron de "tocar las retenciones" y no de "eliminarlas", pero, instalado el tema, ¿quién puede garantizar que el "populismo agrario" no termine imponiendo lo que busca gracias a la presión de una opinión pública manipulada y movilizada sobre una oposición que ambiciona reemplazar al kirchnerismo en el Gobierno?
LA MALDICIÓN SÍSIFO
Justo en momentos en que los mejores alumnos de la ortodoxia económica de esta década están devaluando su moneda y utilizando el gasto público para enfrentar la terrible crisis internacional (México, un 70 por ciento; Brasil, un 50 por ciento), en la Argentina, un sector social y parte de la oposición juegan irresponsablemente a favor del cataclismo, sin importar sacrificar todos estos años de recuperación para volver a tener que empezar todo de nuevo. Como ya tantas otras veces pasó en nuestro país, que parece sufrir la maldición de Sísifo, ese héroe mitológico condenado por los dioses a subir una roca hasta la cima de una montaña, piedra que se le caía justo cuando estaba a punto de concretar la tarea.
No es, por lo tanto, casualidad, ni tampoco se trata sólo de errores coyunturales. Aquí estamos ante un problema estructural que es la falta de un establishment político, social y económico que dé estabilidad a las instituciones. En cambio, lo que tenemos son sectores que ascienden a partir de aprovechar la debilidad ocasional del modelo vigente haciendo alianza con políticos a los que sólo les interesa llegar al poder, no importa con quién y para qué sea. Así, el sector económico que venía siendo relativamente perjudicado por el modelo vigente toma venganza, destronando a su antagonista y cambiando las reglas de juego.
Es la ausencia de un establishment consolidado y hegemónico el que ha imposibilitado el consenso verdadero en la sociedad. Con él, los ganadores relativos tendrían más incentivos para ser generosos con los perdedores relativos, y estos ganarían más a largo plazo con la estabilidad del modelo y con una negociación dentro de él, que jugando por fuera para generar su crisis.
Evidentemente, el kirchnerismo no ha podido lograr consolidar un establishment propio, tanto por los problemas estructurales de una sociedad disgregada a todo nivel, con un capitalismo profundamente transnacionalizado, como por errores
garrafales tácticos.
Ahora, es el campo el que pretende erigirse en hegemónico, pero al Gobierno le quedan recursos de poder como para ganar la pulseada, aunque no debe perder la sangre fría frente a las provocaciones para no despertar la moralina periodística que encuentra audiencia fácil en la clase media (el ejemplo a seguir es la actitud oficial adoptada frente a la toma del banco por De Angeli). Y deberá ampliar su base de sustentación resignando por adelantado -antes de que se los arrebate la acción directa del campo- algunos puntos de participación hacia los pequeños y medianos productores agrarios, tanto a futuro como respecto de los granos que tienen almacenados.
EVITAR LA CRISIS
Hay una gran paradoja en todo esto. El campo intenta su hegemonía económica, social y política justo cuando la crisis le ha hecho perder importancia económica relativa. Lejos está de ser la abigarrada Generación del 80, tanto por su carácter gregario como porque su intento llega tarde, cuando el capitalismo de laissez faire otra vez ha entrado en crisis.
Y se equivoca el Gobierno cuando no sólo lo acusa sino que cree que se trata de una oligarquía. Es nuestra democracia mediática la que permite al campo agitar la caída de los precios internacionales y la sequía para victimizarse y ganar el decisivo apoyo de las clases medias argentinas, en momentos en los que el kirchnerismo ha dejado de ser el fenómeno implacable de poder que supo ser.
Irónicamente, esta pérdida de relevancia económica del campo le sucede precisamente por haber sido el sector más globalizado y dinámico de la economía argentina. "Somos el primer mundo", exhibían orgullosos. Pero, precisamente por esto, están sufriendo los mismos problemas que tienen los agentes económicos en los países centrales: tuvieron ganancias siderales gracias a la burbuja financiera; se endeudaron desmedidamente pensando que la fiesta iba a ser eterna. Ahora, aprovechando la crisis y pese a que en los actos de sus entidades cantan el himno haciendo la "L" de "liberalismo" (económico, por supuesto) con pulgar e índice de su mano derecha, piden ayuda al Estado para que se haga cargo de sus deudas.
Sabemos cómo terminaron los intentos de restauración del laissez faire liberal de la llamada Revolución Libertadora, en un contexto internacional dominado por el proteccionismo, el keynesianismo y la Guerra Fría: nada menos que en la necesidad de represión de los sectores populares consolidados durante el peronismo, iniciándose la espiral violenta que encontró su paroxismo en los 70.
Sabemos cuáles han sido las consecuencias nefastas de la crisis que se desató en 2001 sobre los estratos más pobres de la sociedad argentina.
Ante la ausencia de establishment, no nos queda otra que encontrar un modus vivendi.
No se puede jugar con el fuego de una crisis que no va a dejar algo que merezca la pena, ni siquiera para los incendiarios.
Publicado en revista Debate del 27/02/09
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