miércoles, 2 de junio de 2010

Cuando "la moral de los políticos" reemplaza la moral de la política y los "residuos humanos".


¿Podríamos pensar que la vida real es más importante que la ficción? ¿Nos interesa más la vida privada de Berlusconi o Sarkozy que la buena literatura?
Mi principal preocupación (que trato de compartir con mis lectores desde hace ya muchos años) es que nos interesan más los pecadillos de Berlusconi, Sarkozy y otros como ellos que examinar minuciosamente las consecuencias a menudo desastrosas, y para nada privadas, de las políticas que diseñan y aplican en nombre nuestro. Nos hemos resignado plácidamente a que "la moral de los políticos" reemplace a la cuestión inmensamente más seria de la moral de la política. Y aceptamos, aplaudimos y apoyamos la tendencia de los medios a ofrecer entretenimiento en lugar de información (más aburrida, sin duda, pero de vital importancia), lo que tiene como efecto (desgraciadamente, duradero) la ceguera colectiva, la despreocupación y una creciente apatía política. Pero el proceso es aún más amplio e incluso más desconcertante: ahora vivimos en una especie de "sociedad confesional" en la que la frontera otrora sacrosanta y rigurosamente vigilada entre las cuestiones privadas y las públicas prácticamente se ha borrado y en la que el "ágora" - el lugar donde los intereses privados y los asuntos públicos se encuentran y se hablan buscando mutua comprensión y coordinación- está casi llena hasta el borde de rumores de alcoba sobre los famosos, sus salidas nocturnas y sus hábitos de consumo de drogas, y casi vacía de los temas de gravedad e importancia públicas. Estamos embarcados en un juego peligroso, por más entretenido que sea jugarlo.

En su libro Mundo consumo (Editorial Paidós), usted reflexiona sobre la identidad. ¿Cuán difícil es conservar la misma identidad laboral, cultural y social en esta época?
Este es un mundo incierto, expuesto a sorpresas desagradables tanto como agradables. Los vínculos humanos en los que nuestra identidad buscaba un refugio seguro son cada vez más frágiles y solubles. Es por eso que la preocupación por la identidad suele darnos un buen dolor de cabeza. Necesitamos conciliar dos tareas incompatibles: hacer que nuestras identidades sean seguras (protegidas del rechazo público o el retiro del reconocimiento público) y al mismo tiempo conservar la capacidad de convertirnos en otra persona. Los sitios Web como Second Life o Facebook nos sugieren que eso puede hacerse, y es por eso que más y más de nosotros tratamos de protegernos en el mundo online, donde verdaderamente eso "puede hacerse", de la dura realidad del offline, donde es evidente que no puede hacerse. Combatimos en dos frentes simultáneamente: contra la amenaza constante de la exclusión y contra el peligro de "quedar fijados" cuando tantas personas a nuestro alrededor y en la pantalla parecen estar en movimiento. Pocos o ninguno de nosotros podemos jactarnos de haber obtenido victorias en ambos frentes. La mayor parte de nosotros, la mayor parte del tiempo, movemos nuestras tropas de un frente al otro en rápida sucesión. Una vida agitada, realmente.

¿Quiénes son los nuevos "residuos humanos" en el contexto global actual?
El residuo humano es un subproducto inevitable de la modernización, que ahora es la forma de vida planetaria. La doble intención del esfuerzo modernizador es imponerle orden a la desordenada contingencia y lograr "progreso económico" (es decir, producir bienes con menos costo y menos mano de obra). El ordenamiento hace que algunas personas sean "inadecuadas"; el progreso económico hace que algunas personas sean "superfluas". Son un "descarte social" al que la sociedad es incapaz o reacia, o a la vez incapaz y reacia, a darle cabida. Esa gente es ahuyentada o escapa en busca de lugares donde espera que el residuo en que se ha convertido sea "reciclado". Por lo tanto, la modernización es también, inevitablemente, una era de migración masiva. Los migrantes son el principal "residuo humano" del nuevo "contexto global". También son un tipo de residuo potencialmente tóxico para el cual todavía no se han diseñado, y mucho menos construido, plantas de reciclaje.


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