miércoles, 22 de abril de 2009

El lenguaje delata la política


Hay ciertas expresiones que usan los dirigentes y los medios que implican la aceptación de que la nuestra es una democracia delegativa. Es decir, sólo expuesta al juicio de las generaciones futuras y no a los controles del presente.

Por Guillermo O'Donnell

Hace ya casi veinte años hice un argumento que desgraciadamente mantiene actualidad. Nuestro país sigue sujeto a un tipo delegativo de democracia. Es decir, los gobernantes electos se sienten con el derecho -y el deber- de hacer lo que dicen y creen conviene al país, sujetos sólo al juicio de futuras elecciones para conservar sus cargos.

Para ellos los controles propios del constitucionalismo de la democracia representativa no son sino molestias que deben ser anuladas, cooptadas y/o en lo posible ignoradas. Esto tiene numerosas consecuencias. Entre ellas vale la pena mencionar que esta visión, por delegativa, y por lo tanto super mayoritaria e hiperpresidencialista, contiene un inherente sesgo antiinstitucional. Ese sesgo opera poderosamente a nivel del Estado y del régimen, incluyendo en éste los partidos politicos. Se expresa también en el lenguaje que se ha hecho corriente en la política argentina. A esto me refiero aquí.

1. El Gobierno. En los países de democracia representativa este término designa en conjunto al Ejecutivo y al Legislativo, los dos. Entre nosotros "el Gobierno" es sólo el Ejecutivo, tanto que, como suelen decir los propios legisladores, "el Gobierno envió al Congreso tal o cual proyecto de ley". Nada expresa mejor el hiperpresidencialismo y el papel secundario, derivado, que muchos legisladores asignan, de esta manera tácita pero no por ello menos elocuente, a su propia institución, estén o no de acuerdo con las concepciones delegativas.

2. El Congreso ya no es una escribanía. Cierto, desde el año pasado el Congreso ha dejado de ser una entidad notoriamente pasiva. Pero su reciente activación ha sido, hasta ahora al menos, en reacción a proyectos y medidas del Ejecutivo. Esto queda lejos de que el Congreso asuma su papel central, esto es estudiar, debatir y decidir legislación por su propia iniciativa. Así sigue sin llamar la atención que "el Gobierno" sea sólo el Ejecutivo. Tampoco asombra que el Congreso argentino se destaque, no ya respecto de los países altamente desarrollados, sino de no pocos de los latinoamericanos, por la casi completa ausencia de elencos profesionales de apoyo a su tarea; legisladores que escasamente legislan prefieren, no sin cierta lógica dada su situación, nombrar para esos cargos a operadores politicos y amigos, cuando no parientes, con lo cual "el Gobierno" sigue siendo sólo el Ejecutivo.

3. Los espacios. No necesito fundamentar que uno de los graves problemas de nuestro régimen es la profunda crisis de los partidos. Tanto, que parece como si los propios líderes de esos partidos se avergonzaran de nombrarlos. Ahora dirigen "espacios" o a veces "fuerzas", no partidos o coaliciones de partidos. No parece esta una buena manera de superar su crisis.

4. Las candidaturas. En su cima esos "espacios" están poblados por líderes que, más allá de sus diferencias en otros planos, son hiperpersonalistas. El "espacio" no se identifica por su nombre sino por el de/la líder del caso. Esto a corto plazo puede ser útil para conseguir votos. Pero contribuye a la crisis arriba mencionada y, sintomáticamente de ese excluyente personalismo, crea el problema de encontrar candidaturas viables "debajo" de las del liderazgo. Ver las enormes dificultades que casi todos estos "espacios" tienen hoy para designar candidatos/as que tengan algún grado de reconocimiento en la opinion pública. Esto por supuesto refuerza los personalismos de los "espacios" y además señala los límites de formas de hacer política que vayan más allá de lo coyuntural.

5. La calidad institucional. Después de mucho hablar de esto y ante la evidente carencia de esa calidad, ella ha pasado a ser una expresión generalizada: casi todo lo que se hace, incluso contra toda verosimilitud, se dice que está hecho para, o implica, "mejorar la calidad institucional". La previsible indiferencia que esto despierta expresa el desgaste de esta expresión; es una lástima, porque ella alude a una de las principales deficiencias de esta democracia nuestra.

Con estos ejemplos he querido mostrar cómo el lenguaje politico corriente traduce las fuertes caracteristicas delegativas (y por lo tanto antiinstitucionales) de esta democracia. Obviamente, el actual elenco gobernante es una clara y vigorosa expresión de esto; pero es importante que reconozcamos que está lejos de ser la única.

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